domingo, 28 de febrero de 2016

Estirpe, el nacimiento de Eva


13 de junio de 1975
Empieza el verano, de vuelta a la casa donde reina el frío
Eva atravesó las puertas de salida del aeropuerto de Barajas empujando un carrito lleno de maletas. Bebió agua de su botella mientras miraba por entre la multitud. Enseguida divisó a Teo, que hizo un ligero ademán con la cabeza a modo de saludo y empezó a acercarse a ella. Ni siquiera se preguntó por qué su madre no había ido a recogerla; nunca lo había hecho. Teo se ocupaba de su transporte y de su seguridad. Aunque siempre era muy parco en sus bienvenidas, había algo en él que reconfortaba a Eva, quizá porque era un hombre enorme que, aunque siempre serio, no conseguía quitarse un aura de bonachón. La contradicción entre su cuerpo de gigante y su cara gentil siempre hacía sonreír a la muchacha.


Teo se hizo cargo del carrito y mostró a Eva el camino hacia un lujoso coche alemán de un lustroso color negro. Le abrió la puerta trasera diligentemente y pasó a guardar el equipaje en el maletero. En pocos minutos, habían salido de la terminal y se encontraban cogiendo el desvío del aeropuerto que se incorporaba a la autopista. Una hora más y, por fin, Eva habría llegado a su casa, en un pueblo pequeñito y perdido de la Alcarria, llamado Ciruelas, en la provincia de Guadalajara.
Su casa”, pronunció Eva mentalmente. En realidad ella había considerado el colegio de Moreton Hall su hogar, un internado exclusivo para señoritas en las cercanías de Birmingham, en Reino Unido. En cambio, el lugar al que se dirigía más bien le hacía pensar en una jaula dorada. En el internado no es que hubiera podido salir sin consentimiento, pero al menos dentro de sus puertas se había sentido libre. Y, como todos los veranos y todas las navidades, la perspectiva de estar en la casa de Ciruelas le provocaba cierta intranquilidad. Allí, sus salidas estaban controladas, previa solicitud a su madre, y solía llegar a sentirse algo sola, pero sobre todo muy aburrida. El pueblo apenas contaba con cincuenta y cinco habitantes y su edificio más emblemático era la encantadora y pequeña iglesia parroquial de San Pedro de Antioquía del siglo XVIII. Un lugar ideal para encontrar un retiro de paz y tranquilidad. Pero Eva era una adolescente.
Habían salido de Madrid, pasado Alcalá de Henares y la ciudad de Guadalajara. En realidad, Eva nunca las había visitado, solo las había ojeado desde la ventanilla de un coche. Y esta vez no fue distinto.
Salieron de la autopista en medio de ninguna parte en particular y encontraron un pequeño desvío, un camino de tierra sin indicación alguna. Giraron por este último para internarse en lo que parecía un campo silvestre. Tras un kilómetro se encontraba la verja que anunciaba que allí había algún tipo de edificación. Al parar el coche para dar tiempo a que las puertas automáticas de la finca se abrieran, las cámaras de la entrada reconocieron el perímetro con su intermitente luz roja, advirtiendo a cualquiera que no fuese autorizado a entrar que sería visto. El camino, ahora de grava, siguió adelante durante otro kilómetro más hasta que, al pasar una curva, se divisó la casa.
Se erigía como un monstruo que imitaba el estilo victoriano, de tres plantas, aunque parecía más alta por estar en lo alto de una colina, con sus muros de piedra grises y su tejado a dos aguas de pizarra de un gris más oscuro. Alrededor, un campo abierto de unos dos mil metros cuadrados de césped verde cortado al mínimo sin ningún rastro de flores, o árboles, u ornamentación alguna. Todo tenía una apariencia de sobriedad y rigidez. La casa era tan estricta como su propietaria, que la había construido siendo Eva muy niña.
Así era el único hogar que recordaba. Cierto que tenían un piso en el centro económico de Madrid, que usaba su madre para quedarse de lunes a viernes y llegar antes a su oficina, pero Eva nunca había puesto un pie en ese apartamento. Hacía años, recordó, su madre había comprado un ático en una zona muy popular de la costa mediterránea, pero nunca llegaron a ir. El único lujo que Ángela Salvador no se permitía eran unas vacaciones. Así que al final terminaron por vender el ático unos años más tarde, sin haberlo estrenado.
Eva salió de su ensoñación al pararse el coche delante de la puerta principal de la casa. Una mujer regordeta que vestía un uniforme negro y se adornaba con una cofia blanca salió contoneando su voluminoso cuerpo y, con ademanes exagerados, saludó efusivamente a la muchacha.
Mi niña, ¡cuánto has crecido! —siempre la saludaba con esas mismas palabras, aunque ya hacía un par de años que no crecía ni un centímetro.
Y tú, Pilar, estás mucho más joven —contestó Eva con sonrisa pícara.
Ah, pero qué mentirosa que eres —le dio un cariñoso apretón en la mejilla y levantó el brazo abarcando la casa—. Pasa, pasa dentro, tu madre te espera en la biblioteca, yo me ocupo de las maletas, espero que luego me cuentes todo lo que has hecho desde las navidades.
Eva, en un acto reflejo, estiró un poco más la espalda ante la mención de su madre. Se adelantó al interior del edificio, sin reparar siquiera en el amplio hall de entrada. Con paso rápido accedió por la puerta doble que se encontraba a su izquierda. Al llegar, y tras titubear solo un instante, llamó con los nudillos. Cinco segundos eternos y una voz aterciopelada la instó a pasar.
Su madre estaba sentada tras un enorme escritorio de roble, hablando por teléfono de negocios, miró durante un segundo a su hija sin mostrar emoción alguna y volvió la vista a los documentos que tenía desparramados sobre la mesa. La biblioteca era una sala enorme forrada de libros, algunos muy antiguos, y el lugar favorito de Ángela para trabajar. Pasaba allí más horas que en cualquier otra estancia, incluyendo su dormitorio.
Eva notó que su madre, como siempre, vestía con exquisita elegancia un traje de chaqueta azul marino de algún diseñador italiano, siempre era italiano, con un peinado perfecto y un maquillaje tenue que no escondía casi arrugas, de eso se encargaba su cirujano plástico. Había leído en el avión que, en el 2.500 a.c. en la India, era costumbre mutilar la nariz de los adúlteros, delincuentes y prisioneros de guerra, y como eran tan frecuentes, la cirugía plástica se desarrolló hasta que se las ingeniaron para reconstruir las narices de manera muy efectiva, de hecho actualmente se seguían manteniendo las mismas técnicas con pocas variaciones.
La oyó despedirse de su interlocutor y colgar el teléfono con un movimiento lleno de gracia. Eva desechó sus divagaciones y desdibujó su sonrisa. Su madre echó otro vistazo a su hija de arriba abajo, mirándola con intensidad. Acto seguido se levantó y se acercó a ella para estrecharla brevemente entre sus brazos. Eva tardó un segundo en devolverle el abrazo, que terminó justo cuando empezaba a sentirse algo más cómoda.
Al notar que su madre le sonreía, Eva hizo lo propio.
Espero que el viaje haya ido bien.
Sí, muy bien, gracias —respondió con educación.
Excelente. Quisiera comentar contigo las notas de tu último semestre. Por favor, siéntate.
Aunque sus palabras eran cordiales, su tono contenía una orden implícita imposible de desobedecer. Eva se sentó en uno de los sofás orejeros situados enfrente del escritorio, su madre volvió a su asiento de cuero italiano.
Considero que podías haber sido una estudiante más brillante, pero tus notas han mejorado y la media con la que te has graduado no alterará los planes para la Universidad de Zúrich. No obstante, durante este verano he dispuesto que un profesor particular acuda a esta casa para prepararte para los cursos superiores en todas las asignaturas más importantes. Además, este año también contaremos con la presencia del signore Biancchi para continuar con tus lecciones de pianoforte. Encontrarás el horario en el buró de tu habitación.
Muy bien, mamá.
Excelente. Entonces, si me disculpas, debo seguir trabajando.
Solo una cosa más… —Eva cogió aire—. Me quedan solo un par de meses para cumplir dieciocho años y me gustaría aprovechar el verano para inscribirme en una autoescuela —su madre entrecerró casi imperceptiblemente los ojos.
¿Hay algún problema con Teo del que deba estar al tanto?
No, no, por supuesto que no. Es solo que me gustaría tener el carnet de conducir —su madre pareció sopesar todos los pros y los contras, como siempre hacía, antes de contestar.
Está bien, supongo que es algo razonable.
Gracias, mamá.
Me ocuparé de ello en cuanto pueda, ahora, si no hay nada más…
No, claro, te dejo trabajar. Hasta luego.
Eva salió de la habitación con una media sonrisa y andando deprisa se dirigió a las escaleras. Las subió de dos en dos y ya en la planta superior corrió hacia su habitación que se encontraba al final del pasillo, aun sabiendo que las cámaras la grababan haciendo algo que no le estaba permitido… “Las señoritas de buena cuna nunca corretean por los pasillos, Eva”, se burló en voz baja.
Tras la puerta blanca se encontraba una estancia amplia con una cama con dosel encima de una plataforma de color blanco lacado. La decoración había sido pensada años atrás para una niña y con el tiempo no se había cambiado demasiado por lo que aquí y allá se veían aún toques infantiles en tonos rosa pastel. Dos puertas conectaban con el cuarto de baño y el vestidor, respectivamente.
De esta última salió Pilar con un vestido a medio colgar en una percha y al comprobar que era Eva quien entraba, lo puso enseguida en su sitio y volvió, sentándose pesadamente sobre la cama y haciendo gestos a su niña para que hiciera lo mismo.
¿Y bien, corazón? Quiero que me lo cuentes todo, ¿has traído fotos?
Sí, tata, y además aparezco en la mitad de las del anuario.
Esa es mi chica —dijo orgullosa alzando su redonda barbilla—. Tu madre ha dejado tu horario de verano allí mismo, vuelve el estirado del italiano ese con sus clases de música —comentó chasqueando la lengua.
Sí, me lo ha dicho —afirmó Eva conteniendo una sonrisa ante aquel comentario—, pero este año habrá una novedad… - Hizo una pausa para acrecentar el suspense —¡Voy a sacarme el carnet de conducir! Estoy deseando tener un coche —dijo con un suspiro.
¿Y hay profesores particulares para eso? —preguntó Pilar, escéptica.
No, tonta, iré a la autoescuela — sonrió Eva risueña.
Pues eso está muy bien, niña. No es sano estar tanto tiempo metida en casa. A veces pienso que tu madre es un poco exagerada con tanta seguridad… —volvió a hacer aquel sonidito con la lengua.
Yo también lo pienso, pero ya casi soy mayor de edad, y dentro de un par de años me iré de esta casa con un buen trabajo y saldré todos los días y todas las noches, ya verás.
Ay, Evita, no me lo recuerdes, ¿qué haré yo sin ti? —preguntó Pilar con tono melodramático.
Tú vendrás conmigo.

Dios te oiga, niña… Pero lo que tienes que hacer, Dios mediante, es encontrar un buen marido que te quiera mucho y te dé muchos hijos, y así no estarás tan sola… —Pilar, como entendiendo que se había excedido, calló abruptamente y comenzó a alisarse el delantal—. Bueno, y ahora cuéntame qué tal fue en el colegio.

Este es el futuro y el pasado que conoce Eva, del que está convencida. Pero sus orígenes son un engaño, su presente, una fantasía, y el futuro que se imagina, nunca se volverá una realidad. 
Estirpe, y la historia de Eva, es un libro sobre vampiros, sobre sangre que se bebe, sangre que se derrama y sangre que se vende Sobre sangre que bombea un corazón enamorado y sangre que intenta curar un corazón roto. La sangre de la vida, y sin ella, no seríamos nada.

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Espero que te guste, 
Sandra Barroso

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